Columna #151| Frente a la pantalla por Richard Osuna
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Con el mismo elenco con el que la obra de teatro Los chicos de la banda (The boys in the banda) triunfó en 2018, ahora Netflix nos trae una segunda adaptación cinematográfica de esta historia, misma que fuera escrita en 1968 para off-Broadway y que fue llevada en 1970 a la pantalla grande por William Friedkin. Sí, 50 largos años, pero que temáticamente no se sienten.
La cinta nos lleva hasta el Nueva York de 1968, cuando un grupo de amigos gais se prepara para celebrar el cumpleaños de Harold (Zachary Quinto) en casa de Michael (Jim Parsons), un hombre que parece ser el perfecto anfitrión. Pero mientras el festejo llega, Michael recibe la llamada de Alan (Brian Hutchison), un aparente amigo heterosexual que rompe en llanto al teléfono y le pide verlo.
Aunque la indecisión de Michael está latente, pues no quiere que vea a sus amigos gay, finalmente decide invitarlo a su apartamento a tomarse un trago antes de la llegada de los invitados. Aunque posteriormente Alan avisa que no asistirá, la sorpresa de la noche y cuando el festejo ya está en marcha es que el hombre aparece en la puerta. Su llegada provocará la incomodidad del grupo y pronto se cae la fachada de las apariencias y se abre el juego de las revelaciones.
Los chicos de la banda es una historia de personajes, y lejos de percibirse vieja o pasada por la época en que se inserta, el discurso y los perfiles se sienten actuales, como un reflejo de una realidad que aún vivimos. Es la cara conocida del mundo gay, sobre lo que somos y sobre lo que sentimos.
Toda la película se desarrolla durante al menos la mitad de un día y, por ello, más que preocupada por contarnos detalles está ahí para desdoblar a diferentes hombres homosexuales, y poner sobre la mesa sus secretos, sus deseos y sus frustraciones. En ese sentido el filme es muy especial, y desde ahora quedan advertidos en que si nos están dispuestos a adentrarse en una historia de ese tipo corren el peligro de quedar decepcionados.
El desarrollar una historia en tan solo un par de horas resulta difícil y al menos en la primera parte de la cinta puede marear la aceleración con que se dan los diálogos y la rapidez con que los personajes nos van soltando datos sobre sí mismos. Se siente que sus presentaciones mantienen ese estilo teatral, aunque el juego de cámaras y tomas nos llevan de lleno a la experiencia audiovisual. Ya encaminada es cuando logramos centrarnos en cada uno de ellos.
Al ser una historia de personajes, no sería nada de la película sin un gran elenco como sostén. Afortunadamente, la cinta cuenta con un maravilloso reparto, varios de ellos caras conocidas de otros proyectos de Ryan Murphy, quien funge como productor. Entre esos rostros familiares tenemos a Jim Parsons, Matt Bomer, Zachary Quinto, Andrew Rannels y Charlie Carver. En el resto de los actores aparecen Robin de Jesús, Tuc Watkins, Michael Benjamin Washington y Brian Hutchison.
El grandioso director y también actor Joe Mantello sabe dirigir a este grupo de actores, donde sobresalen casi todos en algún momento, especialmente Jim Parsons entre tantos estados emocionales, Zachary Quinto con su aparente frivolidad y su estilo de conde, y Robin de Jesús con toda su pluma. No por nada, este último fue nominado al Tony como mejor actor de reparto gracias al mismo papel en la obra montada en 2018.
Caso contrario sucede con Matt Bomer, que quizá le falta más relevancia a su personaje o cuesta más descifrarlo, pero llega a sentirse reducido a un atractivo físico, y es triste porque después de aquella estupenda y galardonada actuación en The normal heart, sabemos que es capaz de lograr mucho más.
En definitiva, Los chicos de la banda es una propuesta interesante para digerir minuciosamente. Su anécdota no se reduce a disfrutarla solo en el momento, sino también a abrir un diálogo sobre ella. Los personajes y sus vidas tan reales harán que más de un espectador se sienta identificado con alguno de ellos. Quizá ya no tenga esa vena disruptura del momento en que se creó, y se montó en teatro o se adaptó al cine por primera vez, pero sí mantiene viva su vigencia. Por eso, 50 años se sienten como nada.
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