
Columna #42 | Caleidoscopio por Miguel Parpadeos
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Presentar historias con una adecuada representación LGBTQ+ ha sido una prioridad para el mundo televisivo. Muchos de los proyectos en los últimos años han sido dirigidos hacia el público juvenil y, uno de los más destacados, fue la serie Love, Victor, cuya historia se deriva de la popular cinta Yo soy Simón (Love, Simon, 2018). Luego de tres temporadas, se despide este año para cerrar las aventuras de Victor y sus amigos.
Cuando la serie fue lanzada en 2020, se mostró como una respuesta a los problemas de la película Yo soy Simon, cuyo protagonista se enfrentó a una salida del clóset “sencilla”, sin grandes complicaciones. El contexto del personaje lo ayudó: era de una familia acomodada, tenía padres comprensivos, estaba rodeado de amigos entrañables y tuvo la posibilidad al final de encontrar el amor. Si bien el propósito era mostrar una historia bajo un lente positivo y esperanzador, para muchas personas resultó demasiado irrealista, que se alejaba de las experiencias (muchas veces dolorosas) que atraviesan muchos en la comunidad.
La primera temporada de Love, Victor resultó fresca en muchos sentidos. Victor, el protagonista de esta nueva historia, pertenecía a una familia latina, lo cual cambiaba mucho su contexto comparado con el de Simon. Estaba la estructura rígida familiar, el elemento religioso y las expectativas a cómo debía ser como hombre latino. Por si fuera poco, la familia lidiaba con problemas económicos. Estos primeros episodios se enfocaron en el descubrimiento de la identidad sexual de Victor: si su noviazgo con la hermosa Mia era lo que realmente quería o el interés por Benji, su compañero de escuela, era algo más.
A pesar de esa brillante primera temporada, la subsecuente no consiguió mantener el estándar de calidad. Luego de la salida del clóset de Victor, la serie continúa abordando de manera exitosa el tema de “¿qué es ser gay?”. Vemos al protagonista buscando su lugar dentro de la comunidad, al mismo tiempo que su relación con Benji es explorada. Los problemas que tiene la temporada dos en cuanto a su trama están en que a mitad de ella se convierte en un drama de romances juveniles, donde conflictos aparecen de manera repentina y parejas nuevas se hacen y deshacen.
La temporada tres arranca justo con la última escena del final de la temporada anterior, donde Victor se dirige a buscar a quien considera que es la persona que realmente ama. En los primeros minutos se resuelve rápidamente el innecesario triángulo amoroso: Victor debería quedarse con Benji, a pesar de las constantes peleas, o con su amigo Rahim, con quien había empezado a relacionarse de una manera más íntima. A pesar del drama alrededor de su elección, el momento de felicidad le dura poco, porque para el segundo episodio está soltero, sin prospectos amorosos.
Así como en un episodio cambió repentinamente la situación amorosa del protagonista, así se siente la tercera temporada de la serie, donde todo pasa de una manera rápida, sin profundizar, ni permitir que todos los personajes puedan desarrollarse debidamente. Uno de ellos es Lake, quien al final de la temporada dos descubre que también le atraen las chicas. Su “nueva” orientación sexual nunca es puesta en duda, solamente sucede e inicia inmediatamente un noviazgo, el cual durante toda la temporada no tiene ningún problema. Todo fluye, todo es cool. La serie no se detiene a indigar qué complicaciones hay alrededor de ella como mujer joven dentro de la comunidad LGBTQ+.
Así como pasa con ella, sucede lo mismo con los otros dos personajes gays prominentes de la serie: Benji y Rahim. Ambos tienen un mejor desarrollo que en la temporada anterior. En el caso de Benji, se ahonda mejor en su problema de alcoholismo y cómo impactó en su ambiente familiar. Por otra parte, vemos cómo la cultura musulmana limita la forma de ser de Rahim cuando está con familiares suyos. Sin embargo, uno como espectador se queda con ganas de saber más, pero la serie no lo permite.
Pareciera que los escritores querían contar el descubrimiento sexual de un joven y su salida del clóset y, al haberlo ya hecho en las primeras dos temporadas, las ideas de posibles historias se les agotaron. Claro que la temporada tres sigue siendo disfrutable gracias al carisma de todos los personajes, pero ni ellos bastan para salvar el final. Para el último episodio, todo parece predecible y la serie se traiciona a sí misma. De ser una respuesta a los problemas que tuvo el público con Yo soy Simón, termina repitiendo los mismos que en la película: todos los jóvenes resultaron ser personas de clase social alta, todos los problemas se resuelven sin mayores complicaciones y hasta la misma familia de Victor soluciona un último problema económico como si nada.
Frente a otras series como la reciente Heartstopper de Netflix, Love, Victor se despide de una forma decepcionante, donde el tema LGBTQ+ queda en segundo lugar para darle preferencia a dramas juveniles forzados.
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