Frente a la pantalla: El desarraigo en ‘Ya no estoy aquí’

Columna #135 | Frente a la pantalla por Richard Osuna
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Hora de transportarnos hasta las calles de Monterrey y Nueva York, y conocer de forma paralela entre ambas ciudades y distintos tiempos la historia de Ulises, un joven que tiene que migrar, y por ello su vida da un giro a lo desconocido. Así se construye la mexicana Ya no estoy aquí, el éxito de la última semana.

Este es el segundo largometraje de Fernando Frías de la Parra, quien anteriormente había dirigido la película Rezeta y la serie Los Espookys de HBO. Su nueva cinta tuvo un recorrido por festivales de cine internacionales e incluso se presentó en el Festival de Cine de Morelia en México, y que ahora llega a Netflix, gracias al apoyo que la plataforma streaming ofreció para la realización de la cinta.

La historia nos presenta a Ulises (Juan Daniel Treviño), un chico de una pandilla en Monterrey que dedica el tiempo a vagar por las calles, pero sobre todo a bailar cumbias de tempo rebajadas, llevando su ritmo a todas partes y adentrándonos en la Kolombia regia. Con su grupo de Los Terkos acude a las fiestas a bailar, a escapar de la violenta realidad y a mostrar sus mejores pasos.

Sin embargo, circunstancias de las vida lo llevan a estar en el momento y el lugar equivocados, por lo que debe irse a Estados Unidos. Ulises llega hasta Nueva York, donde comienza a trabajar con otros hispanohablantes, quienes se burlan y lo ridiculizan por su aspecto y cabellera. Es aquí donde, con un casi nulo entendimiento del inglés, debe luchar por encontrar su camino en una tierra extranjera.

En medio de las cumbias rebajadas y el baile, Ya no estoy aquí nos muestra el duro rostro del desarraigo y la pérdida de la identidad. Y aunque al principio puede costar un poco de trabajo acercarnos al personaje principal, debido a su poca expresión, en el camino la historia misma se encarga de formar un trabajo empático, redondo y exquisito.

La historia nos sitúa en tiempos de la llamada Guerra contra el narcotráfico, impulsada durante la presidencia de Felipe Calderón, donde los enfrentamientos entre los cárteles mexicanos y los grupos del estado, ya sean policías, marina o ejército eran algo casi cotidiano. Los violentos asesinatos y los ejecutados aparecían por todos lados. Y los jóvenes resultaban algunos de los más afectados. 

Bordada en líneas temporales alternas, la cinta nos muestra dos partes de la vida de Ulises: una que nos sumerge en su vida en Monterrey, con su pandilla, su andar entre las calles entre las calles grafiteadas y bajándole unos pesos a los estudiantes de las escuelas de la colonia; y por otro lado, nos lleva hasta Nueva York, donde los hispanohablantes se burlan de él, mientras que a los gringos les parece interesante su aspecto y se sienten atraídos por sus pasos de baile.

Así, la película lograr desarrollar con puntualidad dos facetas que se contraponen: en el hogar de crecimiento Ulises ha forjado su identidad, es un espacio que conoce y forma comunidad, mientras que Nueva York es un lugar donde se siente abandonado, desorientado, no tiene ni siquiera comunicación y donde la única forma de mantener los recuerdos es con un mp3 que lo acompaña, con cumbias de Lisandro Meza y otros más. Así su etapa en Nueva York también nos lleva a una escena de desesperanza, y Ulises sentado en unos escalones tomando una decisión.

Pero las andanzas de Ulises en Nueva York también nos regalan algunas de las partes más interesantes de la historia, que es la relación que se forja entre este y Lin (Xueming Angelina Chen), la nieta de un hombre para el que Ulises ha realizado algunos trabajos. Las escenas entre ambos personajes tienen un encanto propio y hasta podemos divertirnos con Lin intentando comprender español, auxiliada incluso por un diccionario o un traductor de internet.

En definitiva, Ya no estoy aquí es una propuesta atractiva sobre la migración, cargada con la nostalgia y la melancolía del personaje principal, quien se bate con la añoranza de regresar a una vida a la que ha sido obligado a abandonar. La selección musical hará a más de uno querer bailar y la película en general, simple y sencillamente, está bastante vergas. “Vergas is good, right?”

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