Columna #190 | Frente a la pantalla por Richard Osuna
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Un joven príncipe que debido al comportamiento inapropiado para alguien de su estirpe termina inscrito en un exclusivo colegio. No, no estoy hablando de la subtrama del príncipe Phillipe en la cuarta temporada de Élite, sino de la historia del príncipe Wilhelm (Edvin Ryding), línea principal que marca el inicio de Jóvenes altezas, la nueva serie sueca de Netflix.
La historia arranca cuando Wilhelm tiene un altercado, en una noche de fiesta, con un chico que lo molesta. Dicho suceso se difunde rápidamente en redes sociales, y como Wilhelm no es cualquier persona, sino un miembro de la realeza, tiene que pedir disculpas públicas. Además, su familia toma la decisión de que tiene que irse a estudiar a Hillerska, un exclusivo colegio de gente adinerada y, claro, como otras historias, también de alumnado de gente de origen humilde y con beca.
Cuando el joven príncipe llega a la escuela, su primo August (Malte Gårdinger) se compromete a tenerlo vigilado todo el día. Pero alguien que pronto llama la atención de Wilhelm es Simon (Omar Rudberg), un joven de ascendencia venezolana, y por quien poco a poco surge una atracción. El amor será inevitable, y más allá de sus diferentes clases sociales, el principal problema es que un príncipe necesita descendencia y una relación homosexual no es una opción.
A pesar de que Jóvenes altezas pueda ser comparada con Élite, por aquello del colegio exclusivo; o con The crown, por el retrato de los conflictos de la realeza, la serie sueca camina por sí sola con problemáticas más humanas y teniendo como eje lo que supone que el príncipe protagonista esté enamorado de otro chico.
Dicha situación (que probablemente haya sido alentada por la salida del closet de lord Ivan Mountbatten, primo de la reina Isabel, hace algunos años) es una cuestión que ya se ha estado abordando en los últimos años. Literariamente tenemos Rojo, blanco y sangre azul, de Casey McQuiston, donde el príncipe Henry, hijo de la reina de Inglaterra, termina enamorado de Alex Clarademont-Díaz, el hijo de la presidenta de Estados Unidos y de ascendencia latina. Sí, al igual que esta serie, uno de ambos proviene de Latinoamérica.
La diferencia entre Rojo, blanco y sangre azul y Jóvenes altezas es que la serie nos inserta en un terreno que resulta más probable que lo acontecido en la novela de McQuiston. Además, en la historia sueca nos muestran más minuciosamente los duros protocolos y pautas a seguir dentro de la monarquía, y somos testigos de lo cuadrada que puede llegar a ser la vida dentro de estos mundos.
A pesar de que la historia quizá no ofrezca muchas novedades, salvo el país en que transcurre y de donde los latinos no estamos precisamente acostumbrados a consumir contenidos, no hay forma de no celebrar la producción. La serie se incluye en el terreno de las series adolescentes románticas gay por las que han apostado las plataformas recientemente: como Love Victor, de Hulu; o la adaptación de las novelas gráficas Heartstopper, y que veremos a finales de año también en Netflix. Aunque para muchos pueda sonar trillado, es importantísimo que este tipo de series se sigan realizando para los jóvenes ávidos de respuestas y/o representaciones.
Por otra parte, adicional a la historia principal de Wilhelm y Simon, también existen un par de personajes secundarios que llegan a complementar la trama y con problemáticas propias. Precisamente conocemos los problemas económicos de August, el primo segundo del príncipe; o el interés de Sara, la hermana de Simon, por pertenecer al mundo de sus compañeros; o la búsqueda de Felice (Nikita Uggla), por encontrar su lugar propio.
En definitiva, Jóvenes realezas es una interesante serie dramática, donde a pesar de la lejanía entre la realidad de los personajes y los espectadores latinos, sentimos cercanas algunas problemáticas. La sencillez y la cabalidad con que transcurre la historia suelen concretarse como dos de las grandes virtudes de esta producción, a la vez que seguimos principalmente a un príncipe que pronto deberá decidir entre el amor y el deber.
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