
Columna #44 | Frente a la pantalla por Richard Osuna
En medio de polémica se estrenó La boda de mi mejor amigo. Esta versión mexicana de la original homónima estadounidense no es una mala adaptación, no tiene un mal reparto, y además es muy entretenida, el problema es que precisamente carga con la cruz de ser remake de una joya, situación que empaña la opinión del público que prefiere crucificar antes que analizar lo bueno y lo malo.
La cinta mexicana es dirigida por Celso R. García, cuyo trabajo más reconocido es La delgada línea amarilla, una película que pasó por muchos festivales y que tuvo numerosas nominaciones al Ariel. Mientras tanto, la adaptación corre a cargo del mismísimo Gabriel Ripstein, responsable del guion de 600 millas, así como de la serie Un extraño enemigo de Amazon Prime Video.
Para una gran cantidad de gente no es desconocida la sinopsis de la historia, pero es algo que se tiene que subrayar. La historia sigue a Julia (Ana Serradilla), una crítica gastronómica que un día recibe la llamada de su mejor amigo Manuel (Carlos Ferro), quien le dice que en cuatro días va a casarse. Convencida de que Manuel es el único hombre que puede hacerla feliz, Julia viaja a Guadalajara para el compromiso y planea varias estrategias para sabotear la boda de su mejor amigo con su prometida (Natasha Dupeyron).
Si la versión original de La boda de mi mejor amigo no fuera estadounidense y sobre todo no fuera tan popular, estoy muy seguro que mucha gente le hubiera abierto las puertas a la versión mexicana y la hubieran disfrutado muchísimo. La razón es muy sencilla, esta historia es grandiosa, es una comedia realista, divertida pero también dura, un retrato muy sincero sobre el amor y todo aquello que pierdes por miedos, entre otras cosas.
Esta historia además demuestra que a pesar de haberse realizado por primera vez en 1997 puede ser bastante atemporal y la prueba es esta tercera adaptación que se está realizando para pleno 2019, que a diferencia de mucha gente que no lo sabía también se realizó una segunda versión en China en 2016.
Es muy estúpido que mucho público entre publicidad y avances digan que Ana Serradilla no es Julia Roberts, que Carlos Ferro no es Dermont Mulroney, que Natasha Dupeyron no es Cameron Díaz y que Miguel Ángel Silvestre no es Rupert Everett. Por supuesto que no, no lo son, ni lo serán, ni el contexto lo permite, pero tampoco hay que consagrar a los actores extranjeros por ser el simple hecho de serlos como algo grandioso y tachar a los actores latinos como lo peor, como si todos sus trabajos estuvieran predispuestos a ser basura.
Incluso, uno de sus protagonistas es quien nos regala una de las cosas más positivas de la película. A pesar de que las actuaciones de Ana Serradilla, Carlos Ferro y Natasha Dupeyron no son para nada malas, Miguel Ángel Silvestre es quien logra construir el personaje más destacado de la cinta y digo construir porque evidentemente Miguel Ángel aportó a su papel, se ve un interés por realizar algo diferente a lo que hizo Rupert Everett y eso por supuesto que se agradece. El papel de Miguel Ángel es atrevido, simpático y sobre todo muy divertido. ¿Quién no quisiera un amigo como él?
Básicamente lo que hace esta adaptación mexicana es tropicalizar al estilo de nuestro país la historia, incluyendo el lenguaje y hasta las canciones. Aquí nos toca escuchar canciones como Yo no te pido la luna, El cielo en tu mirada y Amante bandido.
Justamente esta última canción es la que sirve para recrear la famosa escena del restaurante (sí, donde en la original cantan la icónica I say a little prayer for you), que en la versión mexicana se torna demasiado larga y por supuesto muy lejos de ser algo muy relevante. Llega a ser una de las partes más tediosas de esta versión.
En definitiva, La boda de mi mejor amigo busca traernos de nuevo una encantadora historia con la que el público puede identificarse. Muchos seguro se repetirán ¿qué necesidad tenemos de una nueva versión si ya tenemos la galardonada cinta original protagonizada por Julia Roberts? Esa misma pregunta les podría hacer yo, sobre ¿qué necesidad tiene Disney de realizar versiones live-action de muchas cintas animadas?, ¿qué necesidad tienen las compañías de volver a hacer remakes de cintas de terror?… seguramente sería una discusión que más que terminar pronto se tornaría en un largo debate donde la respuesta más puntual sería razones monetarias.
Si vamos a una comparación directa, la versión mexicana dista mucho de equipararse a la versión original, en actuaciones, en logros y sobre todo porque aquella primera versión se ha vuelto una parte fundamental del cine. Si vamos a un ligero análisis individual de esta adaptación, la cinta fácilmente puede disfrutarse, entretener y todo ello es gracias al gran guion que creó Ronald Bass, sin importar arreglos a nuestra cultura y a la actualidad.
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