
Columna #145 | Frente a la pantalla por Richard Osuna
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El aclamado director Charlie Kaufman está de regreso con su nuevo largometraje Pienso en el final, que por un lado ofrece toda la extrañeza y más de lo que pudimos ver desde sus avances, y que por otra parte no desentona con la filmografía del autor de historias plagadas de simbolismos y giros inesperados, tal es el caso de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, que está lejos de ser una cinta convencional.
La historia, basada en la novela homónima de Ian Reid, comienza cuando Lucy (Jessie Buckley) espera la llegada de su novio Jake (Jesse Plemons), para hacer un viaje por carretera hasta la granja de los padres de él para conocerlos. Pero más allá de sentir un dejo de satisfacción o felicidad por este hecho, Lucy está pensando todo el camino en terminar la relación con su novio, unos pensamientos que parecen ser oídos por el hombre.
En medio de una tormenta de nieve la pareja llega a la granja, donde las cosas más allá de aclararse se vuelven más raras. Ahí, la chica (y cuyo nombre comienza a cambiar) conoce a la madre (Toni Collette) y al padre (David Thewlis) de Jake, unas personas amistosas, pero extrañas. Es el mismo hogar donde las situaciones empiezan a pintarse perturbadoras y a perder el sentido, mientras la ansiedad de ella crece por regresar a la ciudad.
Pero a la par de esta trama, también seguimos a un conserje de edad avanzada (Guy Boyd) de una escuela, que sale de la misma granja de los padres de Jake al inicio de la película y que provoca burlas entre los estudiantes de su trabajo. ¿Pasado? ¿Futuro? ¿Qué relación hay entre ese individuo y lo demás?
Pienso en el final nos lleva a través de un viaje exquisito donde las preguntas y monólogos interiores jamás faltan en el trayecto, en un paso para explorar temas como la incompatibilidad y donde resuenan los ecos de los férreos deseos por algo donde no hay posibilidades. Y si a eso le añadimos la magnífica puesta en escena y la fotografía, la película se vuelve más completa.
Pero más allá de gozar de un solo entendimiento, y no porque la historia tenga dos significados diferentes para interpretarse, la película se volverá un arma de doble filo y generará un debate: por un lado estarán aquellos que se muestren extasiados y estén dispuestos a volcarse en el complejo entramado de Kaufman; y estarán aquellos que terminen odiándola y sintiendo que la cinta es el trabajo de un autor engreído y que quiere hacernos parte de su obsesión existencialista.
Yo me quedo en la parte de las medias tintas, en que si bien el desarrollo es interesante, en la marcha se vuelve más pesada por el abuso de sus recursos filosóficos y acciones sin respuestas claras. Y todo, desencadena en un final que lleva a muchos espectadores a buscar respuestas externas y alterando más una experiencia que se torna incompleta.
Pienso en el final desprende enfermedad, retrata la soledad y nos adentra en momentos incómodos y sombríos. De forma casi silenciosa y en líneas que se deben desprender y hasta separar, se nos habla del ser y las necesidades en nuestra vida.
Y para actuar esta compleja historia Kaufman cuenta con un excelente reparto, donde Jessie Buckley es capaz de moldear sus emociones y modificarlas de un momento a otro y donde Plemons se muestra obstinado por sus caprichos. Tampoco podemos olvidar a Thewlis y Collette, que son simplemente maravillosos.
En definitiva, Pienso en el final es, hasta ahora, la mejor propuesta artística de Charlie Kaufman. Sin embargo, si bien el viaje por la historia es absorbente y sugestivo, su círculo no termina por cerrar y queda una sensación de vacío, de algo que falta. Aún con todo, es una película que no se borrará fácil de la mente y que seguirá provocando más debates en la posteridad.
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