Columna #229 | Frente a la pantalla por Richard Osuna
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Pocas veces (o más bien ninguna), una saga de terror puede presumir haber llegado a cinco secuelas sin tener una sola película que sea mala y que poco a poco se haya ido desvirtuando, tal como ha sucedido con otras historias del género. Y sobre todo, probablemente ninguna pueda presumir haber llegado a una sexta entrega y haber hecho las cosas tan bien que incluso ha revitalizado una franquicia. Esto es algo que sí puede presumir Scream VI.
En esta entrega, la historia sale de nuevo del ficticio poblado de Woodsboro, para seguir a las hermanas Sam (Melissa Barrera) y Tara (Jenna Ortega), quienes a un año de ser perseguidas por Ghostface, se han mudado a Nueva York para rehacer sus vidas. Sin embargo, las cosas no han sido tan fáciles, especialmente para Sam, quien en redes sociales es culpada de ser quien orquestó toda la ola de asesinatos. Ser hija del primer asesino, Billy Loomis, sigue siendo una carga oscura para ella y ni siquiera su terapeuta parece saber ayudarla.
La situación se complica más cuando aparecen asesinados un par de compañeros de universidad. Junto a los mellizos Mindy (Jasmin Savoy Brown) y Chad (Mason Gooding), quienes también sobrevivieron a los asesinatos en Woodsboro, las hermanas tratarán de encontrar al o los culpables detrás de los nuevos crímenes. Sus nuevos amigos, compañeros de apartamento e intereses amorosos, Anika (Devyn Nekoda), Ethan (Jack Champion), Quinn (Liana Liberato) y Danny (Josh Segarra), serán los principales sospechosos.
Bajo la premisa de ser una secuela de la recuela (Scream del año pasado), esta sexta entrega hace varios guiños a Scream 2, que incluso nos puede ayudar a develar el móvil de Ghostface. Sin embargo, las reglas cambian, y esta vez tenemos a un asesino más sanguinario, letal y peligroso, además de que se agregan situaciones frescas, sorpresas y cambios, que pueden dar giros inesperados.
Desde el inicio, Scream VI nos sorprende con una de las mejores escenas iniciales de la saga, y que, por supuesto, siguiendo su línea de frescura, nos pone en pantalla algo muy diferente a lo que hemos visto. A lo largo de sus dos horas, la adrenalina apenas tiene tiempo de descanso y hay por lo menos cuatro secuencias que te hacen sudar las manos, una en una tienda de conveniencia, otra que involucra unas escaleras, una más sobre el metro de la Gran Manzana y finalmente otra con uno de los personajes originales: Gale Weathers (Courteney Cox).
Precisamente, además del regreso de Cox, también regresa Kirby Reed (Hayden Panettiere), a quien muchos creímos muerta en Scream 4. Ahora, el personaje se ha convertido en una agente del FBI, quien tratará de descubrir la identidad del asesino. Como fan de las películas de terror, parece tener varias claves, incluso más que el detective Bailey (Dermot Mulroney).
Si de regreso o ausencias hablamos, una de las cosas que más preocupaba a los fans era que por primera vez Sidney (Neve Campbell) no regresaría a la saga. El cambio de protagonistas, que muchas veces afecta a otras historias, no sucede en Scream, y es que las tramas de Melissa Barrera y Jenna Ortega tienen el suficiente peso y están bien desarrolladas para mantener el interés.
En definitiva, los directores Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett siguen haciendo algo a la altura de la historia creada en los años 90 por uno de los maestros del terror, Wes Craven. Pero el par de realizadores no se han quedado inmersos solo en el homenaje y la nostalgia, sino que han tomado una franquicia con responsabilidad total y la han adaptado para traerla a nuestros tiempos, y añadiendo temas sobre la cultura de la opinión pública y el juicio moral en redes sociales, sin olvidar el humor, el suspenso o lo autoreferencial al género de terror o a la saga misma que es Scream. El trabajo en las últimas dos entregas es tan bueno, que incluso muchos estaríamos satisfechos con tener más de Ghostface.
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