
Columna #160 | Frente a la pantalla por Richard Osuna
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Corría la madrugada del 18 de noviembre cuando una redada de la policía marcaría la vida de 42 hombres. La noche del 17 había comenzando una fiesta en la que la mitad de los presentes habían asistido vestidos de mujer y la otra parte vestidos como caballeros. Personas de las más altas esferas de la sociedad habían participado en esa celebración y, una vez sucedida la redada, el acontecimiento tomó las páginas de la prensa escrita y escandalizó a la sociedad.
Ignacio de la Torre, yerno de Porfirio Díaz, fue uno de los presentes, por lo que tratando de ocultar este hecho, finalmente el evento fue conocido como “El baile de los 41”. Como retoma Robert McKee Irwin en un estudio la aparente “depravación” de los los 41 no está calificada de delito en el Código; la falta a la moral que cometieron no fue pública, tampoco existía ninguna ley que controlara indumentaria y mucho menos había algún código legal mexicano que se refiriese a la sodomía.
Pero aquellos hombres fueron encarcelados y acusados de “ofender a las buenas costumbres”. Al escandalizar a la sociedad debía haber un castigo para ellos, comenzando por ser llevados a barrer las calles y ser humillados por estar vestidos todavía de manera extravagante. Ahora, a 119 años de aquel episodio, el director David Pablos vuelve a retomar esta historia para su película El baile de los 41.
La historia tiene como personaje principal a Ignacio de la Torre (Alfonso Herrera), quien contrae matrimonio con Amada (Mabel Cadena), hija del presidente de México, Porfirio Díaz (Fernando Becerril). Esta unión resulta ser fría e insatisfecha, pero sirve a Ignacio para continuar con su carrera política. Mientras tanto, Ignacio suele reunirse por las noches con un grupo de hombres en un club, donde suele saciar sus preferencias homosexuales.
Pronto, Ignacio conoce a Evaristo Rivas (Emiliano Zurita), un hombre que además de volverse su compañero se convierte en un miembro más del club y en su amante. A la par, su fracasado matrimonio con Amada se hace más difícil de sostener, pues hay una mujer que reclama sus derechos como esposa y el tener una vida marital que está prácticamente nula al interior de la casa.
El baile de los 41 es una de las películas mexicanas más ambiciosas de los últimos tiempos y su excelente manufactura en cuanto a diseño de producción y fotografía es capaz de seducir a cualquier espectador. El reparo que tiene esta historia resulta ser el guion, pues carece de una mayor profundidad que pudieron elevarla más.
La película no arroja muchos datos nuevos, y se centra en el acontecimiento concreto del baile y en el tormentoso matrimonio entre Amada e Ignacio, sintiéndose así el tratamiento de muchos hechos muy por encima. Igualmente, se añade el poco desarrollo en los personajes que forman parte del club.
Como Robert McKee Irwin menciona al inicio de una reedición de Los cuarenta y uno: novela crítico-social en 2010 por la UNAM, la Historia misma se contradice mucho, y quizá ese fue el temor de la guionista Monika Revilla al no adentrarse en más detalles. Precisamente se conoce poco quiénes fueron los hombres que pertenecían al club, pues muchos dieron nombres falsos cuando fueron encarcelados.
Por su parte, el trío de protagonistas otorga muy buenas actuaciones. Alfonso Herrera realiza una buena mancuerna, tanto con Emiliano Zurita como con Mabel Cadena; con Zurita logra esa parte sensual y amorosa, mientras que con Cadena entrega intensidad y dureza. Ciertamente, la actriz es quien tiene mayor solidez en su desarrollo y al final termina resaltando, demostrando nuevamente lo buena que es, tal como lo logró en la serie Hernán.
En definitiva, El baile de los 41 se queda como una buena película, propositiva e importante de revisar. Aunque pudo ser mejor en cuanto a historia, se agradece mucho el trabajo de todo el equipo de producción por hacer algo tan visualmente hermoso. También hay que reconocer la decisión de David Pablos por volver a abordar este tema tan representativo para la población LGBT+ y que pocas veces se ha retratado en cine o tv, como por ejemplo en la telenovela El vuelo del águila en los años 90.
A pesar de ser un episodio históricamente lejano, hay ciertas marcas que siguen existiendo en nuestra sociedad mexicana y que pueden invitar a reflexionar al público. A través de esta construcción somos testigos de aquella firme moralidad que prevalecía y que aún en nuestro días suele manifestarse.
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