Columna #159 | Frente a la pantalla por Richard Osuna
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Como espectadores, siempre debemos tener ojos y oídos muy abiertos y atentos para estar receptivos por si llega una opinión de buen contenido, ese al que no habíamos volteado a ver. No hay mejor promoción de una serie o película, que pasar de boca en boca. Particularmente, a mí me ocurrió hace un par de días cuando el escritor Stephen King escribió en su cuenta de Twitter que en el último año había visto mucha televisión y entre lo mejor de lo mejor estaba Gambito de dama.
“Totalmente emocionante”, sentenció el autor, y tal como sucede cuando da recomendaciones, sobre todo cuando no se trata de novelas suyas adaptadas al cine o a la televisión, su opinión fue verdaderamente inequívoca. Aunque si bien esas dos palabras engloban todo lo que nos ofrece esta miniserie original de Netflix, el resultado es mucho más grande.
La historia sigue a Beth Harmon (Isla Johnston), una niña que termina en un orfanato tras la muerte de su madre en un accidente de auto, mismo del que ella sale ilesa. Ahí en el lugar nace una de las grandes pasiones de Beth: los juegos de ajedrez. Desde su corta edad, Beth es instruida por el conserje del lugar, el señor Shaibel (Bill Camp), y ya para su adolescencia (interpretada desde esta etapa por Anya Taylor-Joy) se ha convertido en una mejor jugadora que muchos adultos con mayor experiencia.
Luego de ser adoptada, Beth tiene la oportunidad de volver al mundo y es entonces cuando su habilidad en el ajedrez se vuelve una meta fija: ser la mejor jugadora del mundo. Pero el camino no es fácil y así como se puede saborear la victoria, el fracaso puede llegar en cualquier momento; las relaciones sentimentales, la dependencia desarrollada desde el orfanato hacia los tranquilizantes y aprender a trabajar en equipo son otras situaciones a enfrentar.
Gambito de dama es envolvente, majestuosa y fascinante. El guion, el trabajo técnico y los encargados de arte hacen todo para darnos un espectáculo visual y en escena, mientras que la impecable actuación de Anya Taylor-Joy logra seducirnos con su presencia y su glamour. Alabar a la actriz por este papel costaría una larga lista de adjetivos.
La serie limitada de siete episodios está creada, escrita y dirigida por Scott Frank (uno de los guionistas de Logan) y co-creada Allan Scott, basada en la novela de Walter Tevis. El resultado desde el texto y la atrevida dirección de Frank es estimulante, a la vez que se logra un apoyo en el equipo de arte, ofreciendo una elegancia que recuerda a producciones de la magnitud de The crown.
El trabajo de ambientación, vestuario, peluquería, maquillaje es realmente notable y logra llevarnos a la época en que transcurre. Fácil resultaría hacer un trabajo de cámara cerrada, pero la miniserie no se limita y nos da recorridos con tomas abiertas por salones, hoteles, y no solamente al interior, sino también en el exterior. Sorprende el trabajo para recrear diferentes lugares de Estados Unidos, pero también de México, París y Rusia, donde tienen lugar importantes sucesos.
La miniserie lejos queda de ser aburrida y otra enorme contribución para lograrlo es el trabajo de edición. Esto juega un papel fundamental, sobre todo, en las partidas de ajedrez, donde los momentos se vuelven un éxtasis y nunca caen en la monotonía. Nos permiten a los espectadores ser parte del juego e incluso, hasta los que no somos afines y mucho menos expertos en este deporte mental, desarrollar interés por ello. ¿Me van a negar que aunque sea por un momento no desearon jugar?
En definitiva, Gambito de reina asegura su lugar como una de las mejores producciones del año. Anya Taylor-Joy roba muchas miradas y esperemos que los críticos le den un lugar en las premiaciones más importantes como los Globos de Oro o los Emmys. Probablemente la miniserie tiene algún tropiezo, pero son tan ínfimos que todo el enorme trabajo sobre ella hace olvidarlo. La historia mantiene un desarrollo redondo, sin exageración ni clichés a la hora de abordar adicciones o las caídas emocionales; y su trabajo artístico la vuelven singularmente fina.
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