Columna #23 | Caleidoscopio por Miguel Parpadeos
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Imagina que te has quedado sin dinero, que has pedido prestado tanto que ahora tienes una deuda imposible de pagar. La presión ha afectado tus relaciones familiares y de amistad. La gente ha dejado de confiar en ti. ¿Qué pasaría si un día te ofrecieran la posibilidad de ganar una cantidad millonaria de dinero que solucionaría todos tus problemas? Sin embargo, hay un pequeño inconveniente: tendrás que competir con cientos de personas en diferentes juegos, donde el monto final aumentará conforme sean asesinados los perdedores. Este escenario forma parte de la premisa de la serie coreana El juego del calamar (Squid Game), de Netflix.
El público se adentra en este mundo a través de Seong Gi-hun (Lee Jung-jae), un hombre que vive de apostar y que ahora su vida corre peligro por el dinero que debe. Por si fuera poco, no puede ser el padre que quisiera y la relación con su exmujer está fragmentada. Cierta noche en una estación, un hombre le pide que juegue con él y que, en caso de ganarle, le dará dinero. Una vez que concluyen su partida, cumple su promesa y le da una tarjeta, una invitación con un número telefónico para seguir jugando y tener más dinero. Ante las dificultades de su realidad, decide ponerse en contacto.
Seong Gi-hun es transportado de manera furtiva a un misterioso lugar, donde se encuentran muchas más personas. Vigilados por personas enmascaradas, la dinámica les es explicada: quien sobreviva los seis juegos podrá llevarse a casa alrededor de 45 mil 600 millones de wons (algo así como 40 millones de dólares). Los jugadores entenderán el peligro cuando descubran que los retos son juegos infantiles, donde las consecuencias para los perdedores es morir. Por cada persona que fallece, la bolsa de dinero sigue sumando para llegar a la meta prometida. Al darse cuenta que es mejor quedarse en este lugar a competir que regresar a sus despreciables vidas, los jugadores competirán hasta llegar al último juego y ganar.
La serie empezó a desarrollarse por el director y guionista surcoreano Hwang Dong-hyuk en 2008, quien tomó como inspiración los mangas Battle Royale, Alice in the Borderland (quien cuenta con una reciente adaptación como serie live action en Netflix) y As the Gods Will. Tan sólo con el planteamiento de la premisa es claro ver estas influencias y realmente parece algo que saldría de las páginas de cómic japonés. Sin embargo, en ese entonces Dong-hyuk no pudo conseguir que el proyecto fuera producido. Fue hasta 2018 cuando Netflix se interesa en el guion de su historia, que decide adquirirlo y producirlo.
Son varios aspectos los que hacen esta serie una de las más interesantes del catálogo internacional de Netflix. En primer lugar, está la dinámica de los juegos, que tienen a su alrededor varios misterios. Está la incertidumbre de los propios personajes por descubrir de qué será el siguiente y, después, cómo deben ingeniárselas para poder sobrevivirlo. Más allá de esto, es también descubrir qué hay detrás de ellos, si los juegos solo tienen la intención de ayudarles monetariamente o si hay alguna otra razón.
El juego del calamar emplea juegos para niños para crear algunos escenarios que tienen un toque terrorífico y otros más con un final demasiado violento. Esto último podría alejar a algunos espectadores, ya que la dirección de muchas escenas no se limita en mostrar cómo los perdedores son asesinados a balazos o cómo litros de sangre salen de los cuerpos y salpican a quien esté a su alrededor. No obstante, esta serie no cae en el llamado “torture porn” como en películas como Saw, donde al final todo se convierte más en un espectáculo para busca complacer a su espectador con escenas cada vez más crueles.
El elenco de personajes presentado es de lo más interesante, cada uno con sus propias motivaciones para participar en el juego. Más importante aún, la serie se toma el tiempo para desarrollar cada uno de ellos y las relaciones de amistad o rivalidad. En el caso de nuestro protagonista, por ejemplo, se abarcan casi dos episodios para conocer su realidad y entender por qué su única opción en la vida es participar en estos juegos. Lo mismo pasa con otros personajes como Cho Sang-woo (Park Hae-soo), amigo de la infancia del protagonista y que ahora es buscado por la policía por robarles a sus clientes, o Kang Sae-byeok (HoYeon Jung), una joven quien necesita el dinero para reunir a su familia, luego de huir de Corea del Norte.
El permitir que el público conozca mejor a los personajes ayuda a que el drama humano se convierta en lo que en verdad provoque el riesgo en los juegos, más allá de lo difíciles o mortales que sean. Uno eventualmente termina encariñándose con personajes, las amistades que se van creando y las fricciones que hay entre otros. Así que ganar un juego para los protagonistas no es simplemente encontrar el truco para salir vivo, sino también la posibilidad que uno de ellos no continúe o que haya la necesidad de traicionar a un aliado.
A simple vista, la premisa luce como mero entretenimiento, la serie decide ir más allá y tomar estos juegos como una crítica social. Esto no es ajeno a otros productos audiovisuales coreanos que han alcanzado una popularidad internacional. Está la película de horror Estación Zombie: Tren a Busan (2016), donde la invasión zombi fue utilizada señalar el clasismo, o la ganadora del Oscar Parasite (2019), donde el conflicto de una familia pobre que se infiltra en el hogar de una casa de ricos hacía una severa crítica a la desigualdad social en dicho país.
Bajo estas mismas líneas se plantea el comentario político en El juego del calamar, donde nos cuestiona a qué punto nos puede deshumanizar el dinero, cuánto vale una vida humana y cómo el propio sistema económico crea situaciones donde siempre un grupo termina sufriendo por falta de dinero. Por más que luzca como un problema dentro de Corea del Sur, consigue resonar (al igual que las otras obras antes mencionadas) porque es una situación con la que empatiza mucha gente de diferentes partes del mundo y, es por ello, la popularidad que seguirá ganando internacionalmente.
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