
Columna #207 | Frente a la pantalla por Richard Osuna
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Luego de un retraso de algunos meses (debido al apenas lanzamiento de Star+ en Latinoamérica, en agosto pasado), la segunda temporada de Love, Victor por fin ha llegado para seguir contando el autodescubrimiento de un chico de 16 años y su orientación sexual, así como la vida de sus amigos.
La historia arranca con la misma escena con la que termina la primera temporada, con Víctor (Michael Cimino) revelando su homosexualidad ante sus padres, por lo que a lo largo de los 10 episodios veremos cómo estos toman la noticia y deben aprender a manejarlo. Asimismo, seguiremos el noviazgo entre Victor y Benji (George Sear), quienes tendrán que enfrentar algunas dificultades al estar en diferentes momentos de su vida: para Víctor muchas situaciones son nuevas, mientras que Benji tiene un poco de más de experiencia.
Aunque la primera parte de esta segunda temporada mantiene el encanto y la esencia de la entrega anterior, a la segunda mitad le resta algunas decisiones creativas de la historia para acomodar situaciones, emparejar personajes, introducir otros nuevos e incluso formar triángulos amorosos. Algunas situaciones se desarrollan de manera tan rápida que no dan tiempo de asimilarse y al final no terminan por cuajar.
Pero vamos por partes. En la segunda temporada de Love, Victor hay una notable evolución en las temáticas y su tratamiento, propiciado en gran medida porque los nuevos episodios fueron trabajados pensando en que la serie va originalmente a Hulu y no a Disney+ como se tenía prevista la primera entrega. El cambio de plataforma le benefició para hablar más abiertamente sobre el sexo y que haya al menos una escena subida de tono, por supuesto, muy cuidada y sin ser morbosa.

Una de las líneas más interesantes de esta serie desde su arranque era el tener a una familia de ascendencia latina como protagonista, mostrándonos así algunos de los prejuicios de la familia de Victor, desde algunos malos chistes de su papá hasta la presión de los abuelos. Esa línea se mantiene en esta continuación gracias a uno de los personajes más sólidos: Isabel (Ana Ortiz), la madre del protagonista.
A través de la narrativa de la también actriz de Ugly Betty exploramos el tabú y las reservas de las sociedades latinas ante la comunidad LGBT+, así como la ideología de la iglesia católica sobre la homosexualidad. Isa tiene el mejor arco a lo largo de los diez episodios, y aunque al inicio pueda ser un poco difícil de entender, conforme se va desarrollando podemos sentir más empatía por ella.
Mientras que Ana Ortiz puede presumir el dar vida a uno de los personajes mejor escritos, no todo el reparto puede decir lo mismo, al menos en esta temporada. Quizá los casos más notorios son los de Benji y Victor: la simpatía de Benji se ve un poco diluida a partir del episodio 5 para volverse molesto y repetitivo, y el más preocupante es Victor, quien en ocasiones queda opacado por otras subtramas. Felix (Anthony Turpel), Lake (Bebe Wood), Andrew (Mason Gooding) y Mía (Rachel Hilson) llegan a sentirse con más fuerza que el propio protagonista.
En definitiva, aunque el tono de Love, Victor y la humanidad de los personajes se mantiene en general, y es notable la evolución narrativa, es el camino trazado en la segunda mitad de la temporada lo que deja algunos cabos sueltos y confusos, incluyendo un final ambiguo. Ciertamente es una continuación buena, pero no del todo conectada con la primera etapa. La tercera temporada, prevista para junio de 2022 y que esta vez sí debería llegar a la par de su estreno en Estados Unidos, tendrá varias incógnitas que despejar y ver qué más quiere seguir proponiendo esta historia.
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