Columna #206 | Frente a la pantalla por Richard Osuna
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Más allá de ser denominada como una nueva adaptación del musical de 1957 o un remake de la versión cinematográfica de 1961, la nueva Amor sin barreras, ahora bajo la dirección del aclamado Steven Spielberg, se trata más bien de una “reimaginación” que no trata de emular lo que hace 60 años hicieron Jerome Robbins y Robert Wise en el filme que ganara el Óscar a Mejor película, sino que aquí se aplican herramientas propias para lograr una cinta que sea igual de vibrante, y donde queda claro que cuando se hacen las cosas con amor y pasión, así de buenos son los resultados.
La historia nos lleva hasta el Nueva York de los años 50, donde en las calles permanece la rivalidad entre dos pandillas: por un lado están los Sharks, un grupo conformado por migrantes puertorriqueños; y por el otro están los Jets, compuesto por nativos estadounidenses. En medio de dichas rencillas, nace el amor entre María (Rachel Zegler), hermana de Bernardo (David Álvarez), líder de los Sharks; y Tony (Ansel Elgort), quien ha estado involucrado con los Jets, a pesar de que ahora trata de mantenerse separado de ellos.
A diferencia de la cinta de los años 60, donde el colorido era parte importante, la nueva Amor sin barreras nos muestra una propuesta más oscura (sin dejar fuera los colores vivos cuando se requiere), y con varias edificaciones en ruinas, con una ciudad levantándose de nuevo y que simbólicamente representa a su vez a una sociedad que también se va construyendo y transformando.
Steven Spielberg nos envuelve en una propuesta más realista, tanto narrativa como visual, así como más política, donde la xenofobia resulta más marcada; y a pesar de desarrollarse en los años 50, tiene unos diálogos de una actualidad exquisita.
Al ser más realista en su narrativa, los sentimientos también se sienten más auténticos, incluso aquellos que no son positivos. Ahí es cuando los actores empiezan a brillar, por ejemplo el personaje de Riff (Mike Faist), quien se mantiene obstinado a que la ciudad se está convirtiendo en un espacio que pronto van a liderar los migrantes, y por ello esperaba acabar con ellos.
Igualmente sobresalientes son los chicos que dan vida a los puertorriqueños, David Álvarez, Rachel Zegler y Ariana DeBose como Anita, con quienes escuchamos mucho más diálogos en español de lo que alguna vez tuvo la primera adaptación cinematográfica. Propiamente, Zegler y DeBose no solo logran delinear bien sus interpretaciones actorales, sino que vocalmente lo hacen espectacular.
Mientras que en la Amor sin barreras de 1961 nos insertan en espacios concretos durante varios de sus musicales, en la de 2021 Steven Spielberg nos lleva a un desplazamiento increíble de escenarios. Al no estar interesado en imitar cuadro por cuadro, esta propuesta cambia muchos de los escenarios originales por otros más vistosos. La cámara se mueve con habilidad para no perder detalle y la edición de Michael Kahn y Sarah Broshar completan el trabajo para darnos unas escenas preciosas.
Con numerosos ajustes a la historia y el desarrollo, la introducción de los musicales también tratan de darse de forma más genuina. Si en la versión de hace 60 años veíamos más pasos de baile técnicos, aquí podemos disfrutar de otro tipo de coreografías montadas.
En definitiva, el amor impreso en la nueva Amor sin barreras, a nivel narrativo, visual e interpretativo, la vuelven una digna competidora a muchos reconocimientos en la temporada de premios que está arrancando. Lograr que una nueva adaptación de un cinta que ganó el Óscar a Mejor película y que se mantiene en el corazón de miles de cinéfilos sea tan propositiva e intensa no es cosa fácil y Steven Spielberg lo ha logrado gracias a su empeño y pasión.
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