Columna #181 | Frente a la pantalla por Richard Osuna
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De manera simbólica, dicen que la vida y las relaciones, al igual que las plantas, hay que regarlas para hacerlas crecer. Y en Minari, cinta nominada a seis premios Óscar, incluyendo Mejor película, todos los miembros de una familia tienen que aprender a salir adelante mientras una planta del nombre de la película crece en un pequeño estanque cerca a su nuevo hogar.
La historia sigue a una familia coreano-estadounidense que cambia su residencia en California, para mudarse a Arkansas, en la búsqueda de lograr sus sueños. Ahí, los padres de familia, Jacob Yi (Steven Yeun) y Monica Yi (Han Ye-ri), toman un trabajo agrupando pollos según su sexo, mientras que el esposo también busca construir su propio huerto en el lugar.
Con una casa alejada de las demás comunidades, la pareja necesita que alguien cuide de sus pequeños hijos Anne (Noel Kate Cho) y sobre todo David (Alan Kim), quien padece una afección en el corazón. Para ello, llevan a la abuela Soon-ja (Youn Yuh-Jung), una mujer de personalidad particular, a acompañarlos y quien terminará por cambiar el ambiente familiar con su presencia.
Minari no es una película de acciones, sino de momentos. La cinta acoge a los espectadores como un miembro más de la familia, y a través de su tono cálido, íntimo y a menudo sereno nos lleva de la mano a través de los sueños, frustraciones y dificultades de cada uno de los integrantes.
El filme nos muestra un choque cultural, comenzando por los padres de la familia. Jacob parece haber arraigado bien el concepto de sueño americano, creyendo firmemente que sus plantaciones serán el medio para salir adelante y, por supuesto, lograr la admiración de sus hijos. Mientras que Monica ni siquiera está contenta de haberse mudado a California, y muchos menos a una casa que no es lo que pensaba. Y más tarde llega la abuela con sus tradiciones adheridas y que según su nieto americanizado no son propias de una abuela, porque estas hornean galletas.
Y en un nuevo hogar también hay que decidir a qué iglesia deberían ir o qué tanto habría que involucrarse con los demás habitantes, en su mayoría gente blanca. Y precisamente aquí se introduce otra temática hermanada como es el choque racial. Vemos las miradas y los comentarios de un niño blanco hacia el pequeño David y el por qué tiene “una cara tan plana”. Pero así como estos, muchas otras temáticas se van entretejiendo.
A pesar de que la historia se basa en las memorias de su director y guionista Lee Isaac Chung, según ha confesado este en varias entrevistas, la visión no se siente individual, y la narrativa nos acerca a cada personaje, repletos de sentimientos y contradicciones tan reales que en más de una ocasión no nos parecen ajenos. Quizá la migración sea algo que muchos no conocemos, pero hay muchas más verdades en su accionar.
En una película donde los momentos comunes son un soporte esencial, el reparto seleccionado adquiere aún más importancia y Minari tiene un cast maravilloso. Sobre todo, brillan y enamoran en escena el pequeño Alan Kim con su encanto y su ternura, Youn Yuh-Jung con su papel de una abuela mal hablada y que nos regala los momentos más emotivos; y Will Patton como Paul, un lugareño capaz de sacar risas.
En definitiva, Minari nos regala un relato único sobre la familia y el choque cultural, y nos transporta hasta los 80 con su cotidianidad, una que poco a poco nos va sumergiendo entre conflictos, sueños y contradicciones como la vida misma. Esa pequeña planta que crece cerca al hogar no está por casualidad, y es que según páginas de cocina el minari tiene un sabor amargo, pero agradable; y es fuerte, pero también fresco, dualidades que también se van presentando en nuestro trayecto diario.
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