Columna #121 | Frente a la pantalla por Richard Osuna
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Este fin de semana se ha estrenado El hombre invisible que prometió grandes momentos de tensión y, por supuesto, que los ha conseguido. La aparente paranoia de la protagonista nos sumerge en un ejercicio maravilloso de suspenso.
La cinta es escrita y dirigida por Leigh Whannell, conocido guionista de películas como Saw, Dead silence (El títere) e Insidious (La noche del demonio), basada en la novela de H. G. Wells, con una adaptación libre.
La historia nos lleva a Cecilia (Elisabeth Moss), una mujer que decide huir de su abusiva y posesiva pareja Adrian (Oliver Jackson-Cohen), un científico líder en el campo de la óptica. Dos semanas después, Cecilia recibe la noticia de que Adrian ha muerto y que ella ha sido heredera de una fortuna, la cual podrá recibir cuando demuestre su estabilidad emocional.
A pesar de que la tranquilidad apenas empezaba a llegar a su vida, Cecilia empieza a sentir que una presencia la acecha y no tarda en descubrir que su esposo ha encontrado un método para hacerse invisible y hacer de su vida un martirio. Lo más difícil será convencer a su mejor amigo James (Aldis Hodge) y a su hermana Emily (Harriet Dyer), que lo que dice es cierto y que no está perdiendo la razón.
Contrario al tráiler estridente (y muy revelador), El hombre invisible juega mucho con los silencios para causar tensión y a la vez demuestra que aquello que no se ve puede ser realmente aterrador. La historia dosifica entre el avance de la trama y los momentos de terror, varios de ellos provocando un par de sobresaltos.
Incluso, esta nueva versión y adaptación libre del clásico personaje, que ya ha sido llevado al cine en ocasiones anteriores, puede ser la mejor película de terror de los estudios BlumHouse, al menos en los últimos tres años, gracias en parte a su gran nivel de control en el desarrollo de la historia y esa presión que provoca que el espectador se adhiera como pegamento al asiento o que se incline hacia uno de sus lados como forma receptiva de un próximo susto que se avecina.
Incluso, las buenas actuaciones, en especial de Elisabeth Moss, de quien ya no tenemos duda de lo grande que es, son capaces de liderar la película con efectividad y no perderse cada detalle. Acompañamos precisamente al personaje de Moss en su desesperación por revelar la verdad, y mientras las personas a su alrededor creen que es una total locura, solo los espectadores somos capaces de padecer con ella su sufrimiento.
Al reconstruir este relato y volverlo contemporáneo, Leigh Whannel ha retratado un poco de eso que luego llamamos masculinidad tóxica o simplemente hombres tóxicos, en este caso personificado por Oliver Jackson-Cohen y mayormente por los efectos especiales. Aquí se nos muestra un poco de qué tan fuerte puede llegar a ser la obsesión y los daños que puede dejar.
Y para contrarrestar esa masculinidad tóxica, tenemos un poco de toque feminista bajo los hombros de la protagonista, que si bien comienza como un personaje en busca de su libertad y atemorizada por el abuso de su pareja, poco a poco va adquiriendo valor para demostrarle a Adrian que no tiene miedo. De hecho, la historia nos encamina hasta un final bastante inesperado y donde esa evolución en el personaje de Cecilia queda demostrado. Algo curioso sucedió en la función que personalmente vi, donde una mujer aplaudió las actitudes del personaje, una fuerza de decisión que quizá le hace falta a algunas heroínas.
En definitiva, El hombre invisible se cocina como una de las probables mejores películas de terror del 2020, así, a tan poco de haber comenzado el año. El utilizar sus recursos de forma medida y no hacer una cinta descontrolada llena de acción son lo que terminan de concretar esta historia como un buen producto. Buen desarrollo, buena tensión y buenas actuaciones.
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