Columna #205 | Frente a la pantalla por Richard Osuna
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A través de una historia de carácter muy telenovelero, pero sofisticado, el renombrado director Ridley Scott nos lleva en su nueva película La casa Gucci durante tres décadas de traición, rivalidad y ambición, al interior de la familia Gucci, en su lucha por mantener el control del imperio de la moda, hasta desencadenar en un crimen ya conocido.
La historia, basada en el libro The House of Gucci: A Sensational Story of Murder, Madness, Glamour, and Greed, de Sara Gay Forden, arranca en la primera mitad de los años 70 y nos presenta a Patrizia Reggiani (Lady Gaga), una mujer de clase media y que trabaja en el negocio de transportes de su padre. Patrizia es invitada a una fiesta donde termina conociendo a Maurizio Gucci (Adam Driver), el futuro heredero del imperio Gucci.
Luego de unos meses de noviazgo y a pesar del desacuerdo del padre de Maurizio, Rodolfo (Jeremy Irons), debido a la posición económica de la chica, la pareja termina por contraer matrimonio. Más tarde, Aldo (Al Pacino), tío de Maurizio, se termina convirtiendo en un aliado de Patrizia para que su ahora esposo se integre más al negocio. Y conforme avanzan los años, la ambición de ella sigue creciendo y pronto lleva al tácito Maurizio a iniciar una guerra contra los de su sangre, un terreno pedregoso en el que ella también podría resultar perjudicada.
La Casa Gucci es una película que transita por tonos desiguales, que van desde la comedia involuntaria (incluso al grado de sentirse ridícula en ocasiones) hasta un drama más oscuro, volviendo confuso el viaje a lo largo de sus poco más de 2 horas y media.
Pero igual de desiguales son las actuaciones del elenco, que se sienten dispersos por distintos lados: tenemos a un Adam Driver mesurado y regularmente contenido, a unos Al Pacino y Jeremy Irons que mantienen su enorme talento reservado y a un risible Jared Leto que tiene algunos de los diálogos más graciosos de la película, dejando cierta incomodidad porque la cinta no parece haber sido creada para eso.
Una línea aparte va para Lady Gaga, que parece estar en una zona ideal con su personaje. Como artista, a Gaga le caracteriza su trabajo de transformación física y esta historia le permite hacerlo: vemos su paso de ser una mujer de menos recursos hasta convertirse en una personalidad que se mezcla con la alta sociedad y el lujo, y que porta vestuarios que denotan riqueza. Como actriz maneja su histrionismo como pensó que debía ser el personaje y logra unos resultados notables.
La casa Gucci nos lleva a través de tres décadas, aunque no siempre la ambientación nos inserta en la época en que transcurre una escena y digo escena porque de una a otra pueden pasar años. Salvo por las varias canciones de Donna Summer, Heart of glass, de Blondie; o A fifth of Beethoven, de Walter Murphy, que se escuchan en el soundtrack, en el trabajo estético no hay mucho que nos remita a los años 70 o principios de los 80, percibiéndose más un estilo atemporal. Además, para esas transiciones, los raros cortes de edición poco ayudan.
Es en su última hora cuando el largometraje parece encontrar un nivel estable, que hace que el drama se dispare, aunque es evidente la ausencia de Lady Gaga en esta parte. Y cuando el desenlace pudo ser más duro e intenso, al narrar aquí lo más cruel de la historia y el cinismo y locura del personaje de Patrizia, la cinta cierra en un momento anticlimático.
En definitiva, La Casa Gucci es una propuesta inconstante y donde parece que algunos miembros del reparto lo hacen más por diversión, que por cualquier otra cosa, mientras que otros quieren tomar las riendas de la trama inmersos en el melodrama. Quizá como comedia resulte divertida, pero al subrayar que es una historia de conflicto familiar y contienda, se queda corta.
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