Columna #187 | Frente a la pantalla por Richard Osuna
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Luego de varios años sin disfrutarlos en pantalla (con apenas una breve aparición en el spin-off Annabelle 3: Viene a casa hace dos años), Vera Farmiga y Patrick Wilson regresan como la pareja de investigadores paranormales, Lorraine y Ed Warren, respectivamente, en El conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo. Pero, esta vez, la fórmula probada de las casas embrujadas cambia por un nuevo escenario, uno que quizá deje a la mayoría de los espectadores insatisfechos con el resultado.
La historia nos centra ahora en 1981, cuando tiene lugar el exorcismo del pequeño David Glatzel (Julian Hilliard). La fuerza demoníaca que ha poseído al niño es tan poderosa que se vuelve más complicada la sesión liderada por un sacerdote y los Warren, y el espíritu maligno termina poseyendo al cuñado del menor, Arne Johnson (Ruairi O’Connor).
El episodio de terror de la familia, que parecía haber terminado, apenas comienza. Días después, Arne Johnson comienza a ser acechado por ese espíritu, al grado que su inconsciencia lo hace cometer un asesinato. Arne es llevado a prisión y es ahí cuando la investigación de los Warren toma un giro: deberán encontrar las piezas que demuestren la inocencia del joven, en lo que según la película supondría la primera vez que en Estados Unidos se alega en un tribunal que el inculpado estaba poseído.
El conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo representa un movimiento arriesgado en esta saga, soltando el terror y adoptando un tono más estrecho al thriller y al suspenso. Y si bien la película resulta entretenida y contiene algunos sustos, su apuesta solo se reduce a eso, dejando ausente aquella sensación escalofriante que te erizaba la piel, tal como ocurre en sus dos anteriores entregas.
James Wan deja su puesto como director y esta labor recae en manos de Michael Chaves, para quien este largometraje significa su segundo trabajo en cercanía con Wan, tras La maldición de La Llorona. Y sí las comparaciones entre una película de El conjuro y otra son inevitables, también ineludible resulta decir que El conjuro 3 es un trabajo mejorado en la apenas joven filmografía del cineasta.
Los elementos de terror convencional no están totalmente carentes: el chirrido de una puerta, los silencios que darán paso a los sobresaltos y las presencias siniestras que desatan la adrenalina; incluso hay una clara referencia a El exorcista, que personalmente aún no termino de descifrar si es apropiada o no.
Pero lo que sí queda alejada es la atmósfera estremecedora para apostar por secuencias y detalles detectivescos. Ese cambio, inesperado para muchos espectadores, propicia también que el hilo conductor de la trama principal entorno a la brujería y todos los secretos que se van revelando sobre ello se sientan perdidos y confusos.
Como era de esperarse y creo que nadie tiene duda de ello, Vera Farmiga y Patrick Wilson vuelven a darlo todo, en una trama que ahora no solo los pone detrás del caso, sino que también los vuelve objeto y los atrapa sin preverlo. No por nada, ambos actores se han ganado el cariño y el respaldo del público con sus dos protagónicos anteriores.
En definitiva, El conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo se concreta como un trabajo escénico y de producción bien hecho, pero que no termina por nutrir a la saga a pesar de su novedosa propuesta. Con los intentos de reinventar los spin-off, como añadir humor negro (Annabelle 3: Viene a casa y La monja) era suficiente para entender que un cambio en El conjuro tampoco terminaría dando un resultado mayúsculo. Es mejor seguir con la fórmula probada de sus dos primeras películas, tal como lo hizo Annabelle 2: La creación, y que por ello sigue siendo la mejor realizada hasta ahora, sin contar las dos películas de la historia que originó todo.
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